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Hora de reflexionar sobre cómo salvar la República

 
 
 

Así no se discute una República.
Marzo se despidió con un lúgubre reflejo de 1999, menos letal que aquellas jornadas pero a la vez más intenso y salvaje. Invadir la sede de un poder del Estado, saquear el recinto, destruir su equipamiento y prender fuego al edificio sin reparar siquiera en el puñado de ocupantes que aún lo ocupaba a esa hora de la noche del 31 son los componentes de una barbarie nunca vista en el Paraguay. Quizá habría que remontarse a la gran tragedia de la guerra del ‘70 para encontrar figuras equivalentes en descontrol y bestialidad. De algo podemos estar seguros, transcurridas 72 horas de los hechos: cuando se renuncia al debate civilizado, la sangre en las calles ocupa inmediatamente su lugar. De un lado, gente empeñada en hacer saltar en mil pedazos la República empujando ciegamente su proyecto de enmienda constitucional. En el medio, violentos que creyeron tener derecho a parasitar una legítima protesta popular y convertirla en un torbellino de fuego. Y al otro extremo, finalmente, una autoridad incapaz de contener la barbarie sin el empleo de fuerza letal. Lo que se dice, un cóctel mortal.
Es absolutamente imprescindible considerar que lo de la noche del 31 no fue un foco violento surgido de la nada. La demencia destructiva que arrasó la sede del Poder Legislativo fue el tramo final y trágico de lo que comenzó siendo un legítimo acto de protesta ciudadana contra los arbitrarios procedimientos empleados por un grupo de legisladores en su bulimia de poder.
Todo tuvo un comienzo. No debemos olvidar, en primer lugar, el bochorno de las listas que corrieron hacia finales del año pasado, con el petitorio en pro de la reelección. Decíamos al respecto en este mismo espacio: El operativo firma pro reelección ya no tiene, al parecer, retorno. Los cultores del incienso y el incondicionalismo están decididos a empujarlo hasta sus últimas consecuencias (sic “militantes, combatientes estronistas”) aunque por el camino quede la Constitución pisoteada y maltrecha y gente que creyó vivir en una República en serio se quede en la calle por no ceder a la presión de rottweilers a los que se les ha soltado la correa y que merodean las oficinas públicas mostrando los dientes y obligando a todo el mundo a estampar su firma. Ya sabemos en qué terminó semejante descabellada iniciativa, con fiscales investigando firmas fabricadas por una sola persona que “resucitaban” muertos de sus tumbas, un grotesco sainete interpretado por los cultores del eterno ridículo.
Pero sólo gigantes como Shakespeare o Bernard Shaw fueron capaces de saltar de la comedia a la tragedia sólo en el reducido recinto de un escenario teatral. Porque la comedia de políticos sin moral ni integridad se convirtió muy pronto en una reproducción del séptimo círculo infernal de la Divina Comedia, allí donde van a parar los violentos para ser castigados en un río de sangre hirviente.
Recordemos también que lo que terminó en un aquelarre tuvo su arranque en una polémica sobre los procedimientos que debieran utilizarse para introducir en la Constitución la figura de la reelección del Presidente de la República. Parecen lejanos los días en que mientras los más respetados jurisconsultos aseguraban que para consagrar la reelección es preciso una reforma vía Asamblea Nacional Constituyente, un grupo de reeleccionistas más caracterizados por su audacia y genuflexión al poder que por su erudición jurídica, aseguraban que sólo bastaba para el efecto una enmienda votada por ambas cámaras del Legislativo. A partir de allí se desató una auténtica cacería de votos en el Senado. Lo más bajo y deleznable de la política basura impregnó y enrareció la atmósfera del Congreso. Se hablaba de valijas de dólares, promesas de rimbombantes nombramientos y hasta de amenazas explícitas, una de ellas, contra el Primer Mandatario. Se contabilizaban los votos como si en lugar de jugarse la vigencia de las instituciones se estuviera en un certamen de Miss Verano.
Los acontecimientos se precipitaron cuando entre gallos y medianoche el “senado paralelo” –un despropósito sin precedentes en la política paraguaya que ya ha visto de todo-, tras remendar de apuro su reglamento interno, perpetró la ansiada enmienda, comisionando a uno de sus miembros a radicarla sin pérdida de tiempo en la Cámara de Diputados. Muy pronto se supo que su presidente la convocaba a sesión para el siguiente lunes (hoy) a fin de completar la “hazaña” contra toda lógica y legitimidad. Este apresuramiento tan grosero como impúdico hizo que la indignación ciudadana saltara a las calles y buscara un sitio frente al Parlamento para gritar su rabia y su frustración ante semejante afrenta a la República.
Cuando caía la noche del 31 pasó de todo. Se vio cómo una reunión de gente inicialmente pacífica fue metamorfoseándose en una bestia feroz de múltiples tentáculos rompiendo paredes de vidrio, derribando puertas y lanzando cócteles molotov contra el recinto legislativo. “Selfies ante el Senado en llamas” documentaba en su portada un diario madrileño. El vandalismo “a la paraguaya” era titular en los portales informativos de todo el mundo. Con el paso de las horas se comprobaron otros hechos equivalentes en barbarie. Un tropel de cascos azules violó un recinto partidario y arreó a golpes a sus ocupantes a uno de los cuales un policía ejecutó con toda frialdad por la espalda con un disparo de su escopeta táctica calibre 12. El médico interviniente que documentó la muerte de Rodrigo Quintana, joven dirigente de la JLRA, mostró a la prensa el proyectil que extrajo al difunto. No se trataba de un balín de goma de los que utiliza la policía para controlar tumultos. Lucía más bien como una munición catalogada como calibre 12/70 buck doble cero de 9 postas, una de ellas, la que mostró el médico. Es una carga letal hasta 25 metros y sólo se la utiliza en caza mayor por su gran poder de detención. ¿Quién autorizó el uso de semejante carga? ¿Qué clase de policía estamos pagando? ¿La que debe protegernos de los delincuentes o un simple refugio para asesinos sin alma?
La barbarie no se justifica en ninguna dirección y bajo ninguna circunstancia. Pero queremos dejar clara constancia de que la violencia no se materializa solamente mediante agresiones, incendios, tiros o refriegas. Se gesta, también, cuando enceguecidos por las ambiciones y por una perruna sumisión al poder, un puñado de políticos traiciona el mandato recibido del pueblo poniéndolo al servicio de personalismos.
Ojalá los legisladores que abandonaron el camino de la ética política y la rectitud ciudadana se tomen su tiempo para reflexionar y abandonen su intento por imponer su proyecto que, como ha quedado demostrado, es la receta perfecta para el desastre.




 

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