De entrada convengamos que es asunto discutible y probablemente de las especialidades más desafiantes y escasas. El interés de valorizar en general se anida en propósitos de gestión patrimonial, tales como la compra o venta de una compañía, aumentos de capital, e incluso para entregar las acciones en garantía para respaldar créditos. Y en particular la motivación de las Empresas Familiares es plasmarlas en sus protocolos, planificar herencia y la sucesión en la gestión, particiones patrimoniales y liquidaciones. Las reglas universales que se utilizan para determinar el valor de empresas consideran la evolución de sus indicadores financieros, su posicionamiento de mercado, el prestigio y protagonismo de su marca, la vulnerabilidad o capacidad de maniobra ante cambios adversos, posibles inversiones extras, estimación de rentabilidades y de sus flujos asociados, el ordenamiento interno y finalmente las expectativas de los potenciales interesados. Habitualmente se dispone de información competitiva y benchmarks de otras latitudes. Por supuesto nada tiene que ver el valor de mercado con cifras contables, por mucho que estas sean utilizadas a modo referencial. Todo parece lógico, razonable y ajeno a complejidades de ciencias ocultas. Resta mencionar las habilidades de negociación de las partes, concluyendo en un valor que las satisfaga.