Hubo un tiempo, no hace más de dos o tres años, que la vida parecía extinguirse en los alrededores del Lago Ypacaraí, tanta era la sobrecarga de titulares catastróficos sobre aquel espejo de agua que por entonces lucía un espléndido color verde casi fosforescente producto de la superpoblación de las canallescas cianobacterias.