Tratándose de un apero de uso antiguo, es necesario primero definir qué es una “anteojera”. La academia lo hace con gran precisión: “En las guarniciones de las caballerías de tiro, piezas de vaqueta que caen junto a los ojos del animal, para que no vean por los lados, sino de frente”.

La izquierda rampante ha venido y sigue viniendo al Paraguay con anteojeras. Uno de los eurodiputados que integraba la misión de observación y que ya retornó a su sede, cumplió con el ritual de “ir, ver y condenar”. Mientras sus demás colegas emitían un cuidadoso documento estrictamente informativo y sin adelantar conclusiones sobre el resultado de su visita, Jurgen Klute –portentosamente calzado con anteojeras ideológicas- leyó el comunicado condenatorio que seguramente ya trajo redactado y traducido para evitar errores. Cumplió su cometido con todo entusiasmo, para lo cual podría haberle ahorrado al Parlamento Europeo un pasaje y estadía enviando su sentencia express por email.

Eso mismo hizo un tal Gustavo Granero, al parecer conspicuo dirigente de un gremio periodístico internacional, que se sentó frente al espejo y emitió un furibundo comunicado denunciando censura de prensa y despidos sumarios en la “televisión pública paraguaya” tras la destitución de Lugo. Para ser periodista y, sobre todo, dirigente gremial, Granero demostró estar no solo mal informado –ya que la TV pública estuvo en manos de los partidarios de Lugo hasta que se cansaron de jugar al “micrófono abierto”- sino además ser un necio, negando la realidad cuando se la pusieron frente a sus ojos, ya que su ideología le impide la visión lateral y panorámica.

Los que inventaron las anteojeras sabían muy bien lo que hacían. A partir de su incorporación al arreo de tiro, los caballos de faena rindieron mucho más, ya que centraron su mirada en el camino prefijado y ya no se distrajeron con otros componentes del paisaje. Guardando las distancias y manteniendo los respetos del caso, así cinchados llegaron algunos de los “observadores” que vinieron al país, al estilo de Willy Meyer de España y Jurgen Klute de Alemania, para cumplir diligentemente su faena, condenando antes de escuchar y rechazando todo diálogo que no se correspondiera exactamente con el libreto que se fabricaron antes de volar al Paraguay.
Mala gente, hasta para la culta Europa.