Un tema que abordamos con regularidad en este espacio editorial es el efecto de las decisiones políticas en la economía. Desde Adam Smith en adelante, cientos de expertos han dedicado miles de horas a estudiar las derivaciones de un maridaje natural e inevitable: la política y la economía, sus mutuas influencias y, por consiguiente, su fuerte interdependencia. No se puede tomar decisiones políticas trascendentes sin provocar una inmediata reacción en la economía. Europa nos está demostrando esta regla de oro a través de dos ejemplos rutilantes, el Brexit y la independencia catalana. Ambos son el resultado de procesos que comenzaron a gestarse con los Tratados de Roma que en 1957 fundaron la Unión Europea. La integración del bloque marchó a paso de carga y de los seis signatarios primigenios (Alemania Federal, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos) se llegaría a los 28 actuales que han convertido a la UE en la tercera economía del mundo (€ 14,8 trillones PIB 2016). Pese a la enorme solidez de estos números que parecen augurar larga vida al bloque, hay teóricos que exploran los efectos de su hipotética desintegración. En 2012, Andrew Scott, profesor de economía del London Business School, confiaba a América Economía que “si Alemania abandonara el Euro enfrentaría dos problemas sustanciales. Primero, tendría que reintroducir el marco y este subiría de valor muy rápidamente, hasta un 20% o 30%, lo que dañaría las exportaciones. Segundo, los bancos alemanes han prestado mucho dinero en euros y al introducir el marco, la deuda también aumentaría. El sistema bancario alemán se vería, consecuentemente, en problemas”.