Dar lo máximo recibiendo poco –y a veces nada- a cambio. Así podríamos definir la relación entre el ciudadano contribuyente y el Estado que mantiene con los impuestos. Un Estado que gasta como rico, que beca espléndidamente a un núcleo de privilegiados y cuyos administradores, históricamente, pasan el tiempo haciendo proclamas públicas de racionalización de gastos y mentiras por el estilo.