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Ciegos, sordos e impotentes

 
 
 

Fue la marcha número 24. Es decir, por 24 años continuados los campesinos marcharon por las calles de Asunción repitiendo una rutina que ya a nadie impresiona ni mucho menos, moviliza. ¿Reclamos? La reiteración hasta el aburrimiento de argumentos que tampoco le mueve el amperímetro a un Gobierno indiferente y a una clase política ciega y sorda encerrada en su microclima mezquino y contaminado por las más bajas apetencias personales y cortas de mira. ¿Petitorios? Eliminación de los latifundios, fin del modelo agroexportador que expulsa campesinos de sus tierras, reforma agraria con un nuevo modelo de desarrollo productivo, etc. Siete gobiernos, desde 1993, han escuchado estos mismos reclamos y ninguno de ellos fue capaz de dar respuestas efectivas a las verdaderas demandas de una población rural en permanente disminución y que no encuentra una salida a su situación de pobreza y postergación. Tal demora en encarar una solución de fondo no sólo ha profundizado el problema sino que lo ha complicado notablemente. En las décadas de los ‘50 y ‘60 se consideraba suficiente dar a los campesinos un lote de 20 hectáreas, un título de ocupación (no de propiedad) y un machete. Seis décadas más tarde, el Estado sigue siendo el mayor latifundista con casi 2.500.000 hectáreas distribuidas en 1.100 colonias y teóricos 250.000 propietarios que no lo son simplemente por el fenomenal embrollo en el que ha encallado la fallida reforma agraria mil veces intentada y nunca lograda. El último estudio encargado por el Indert comprende 222 colonias (un 20% del total) y arroja resultados deprimentes: 9,5% de los lotes están titulados, el 11% cuenta con asistencia crediticia, el 4,3% tiene alguna asistencia técnica y apenas la mitad muestra cultivos en progreso. Sin embargo, un informe encargado por la UIP-ARP en 2008 y formulado a partir de sensores remotos, revelaba que de las más de 2.300.000 hectáreas en poder de pequeños campesinos bajo la figura de “colonias agrícolas”, apenas un 25% mostraba alguna forma de explotación racional. El resto era tierra en barbecho, es decir, sin labranza.
Números más o números menos, lo cierto es que el mundo de los pequeños campesinos sigue abandonado. Y mientras ese universo se transforma, se subdivide, emigra o se clava porfiadamente en su sitio, seguimos importando decenas de miles de toneladas de alimentos vegetales que podríamos producir a manos llenas en el país y aún exportar excedentes. Es inevitable, entonces, que bajo estas condiciones de incertidumbre, el 33% de la población rural viva en la pobreza, el 18% de ella en pobreza extrema, según datos de la Dgeec de 2015.
Pero mientras tengamos una dirigencia política ciega y sorda a estas realidades, los campesinos, abandonados a su suerte, se debaten en la impotencia repitiendo cada año su escaparate de reclamos sin que nadie los escuche ni mucho menos, les haga caso.




 

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