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Avances y retrocesos

 
 
 

La jornada de internas partidarias del domingo pasado nos deja un amplio temario de análisis que plantearnos de aquí en adelante. El primer punto que nos viene a la mente es que de febrero de 1989 en adelante hemos recorrido un camino jalonado por logros y claudicaciones. Hecho el balance parcial y teniendo en cuenta de dónde venimos, es decir, de una larga noche de una dictadura liberticida, el saldo es positivo. Uno de esos factores es la administración de los procesos electorales, tanto internos partidarios como generales. Durante el estronismo y esto deben saberlo las generaciones de jóvenes que afortunadamente no vivieron aquella negra etapa de nuestra historia contemporánea, votar era una formalidad estéril. Todo el mundo sabía quién ganaba la elección antes siquiera de que se abrieran los locales de votación. La lista del dictador llegó a tener hasta un 90% de los votos emitidos y nunca bajó del 66% que le asegurara mayoría absoluta en el Congreso. Con el golpe y la instauración del proceso democrático, se procedió a demoler la vieja Junta Electoral Central para reemplazarla por la actual Justicia Electoral creada por la Constitución. Las primeras elecciones en democracia estuvieron llenas de sospechas y de acusaciones contra el nuevo organismo y su marco normativo. Pero transcurridos los años, la confianza fue ganando terreno y pasó casi desapercibido que este domingo se hayan aceptado los resultados adelantados por el conteo rápido de votos sin que nadie emitiera sospecha alguna sobre su legitimidad, tanto en la ANR como en el PLRA. Nadie impugnó resultados ni protestó, ni siquiera cuando en un local de votación hubo que suspender la jornada tras caer un toldo que causó heridos y dispersión de material electoral. En una sociedad como la nuestra, minada muchas veces por una baja autoestima, podemos apostar una ficha a que hemos logrado un sistema electoral confiable para todos. Ese es un avance. El problema radica en conductas individuales que nos avergüenzan, sobre todo de figuras prominentes del Gobierno. Por ejemplo, el presidente del Banco Central del Paraguay es el responsable de conducir la política monetaria y cambiaria, es el agente financiero del Gobierno y dirige las relaciones con los poderes públicos y con las entidades multilaterales de crédito y las de análisis de riesgo. Para ejercer estas potestades, la Ley de Bancos le prohíbe taxativamente toda actividad político partidaria. Pero el presidente del BCP nos ha avergonzado el pasado domingo ante la comunidad bancaria internacional con su numerito de hincha fanático del candidato oficialista actuando como un soldado más del presidente Horacio Cartes. Esta actitud vasalla, de subordinación y de pobreza moral nos coloca en la otra fila, la de los retrocesos institucionales que también padecemos con frecuencia. Debemos estar alertas para impedir que estas prácticas sigan siendo algo corriente, porque son un potente veneno para la democracia y la peor amenaza contra la República.




 

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