Por Rodrigo Botero Montoya
Después de sacrificar 10% de las reservas internacionales y elevar la tasa de interés a 40% para detener la salida de capitales, el gobierno del presidente Mauricio Macri ha decidido solicitar el apoyo del Fondo Monetario Internacional. Los mercados han expresado falta de confianza en la política económica del gobierno, en el proceso de toma de decisiones y en la independencia del Banco Central. La Argentina necesita disponer de abundante financiamiento externo para cubrir un déficit fiscal cuantioso. La opinión pública argentina es particularmente sensible al vínculo entre inflación y devaluación, por asociarlo con el espiral que conduce a crisis financieras. Con el propósito de reducir una inflación de dos dígitos, se utilizó la tasa de cambio como un ancla para contrarrestar las presiones inflacionarias. El retraso cambiario resultante introdujo una distorsión adicional al manejo económico. El intento infructuoso por defender una paridad cambiaria poco realista terminó por averiar la credibilidad del Banco Central. El fraccionamiento de la dirección de la política económica entre varios ministerios hace más dispendioso el logro de consensos. El presidente Macri está haciendo un valeroso esfuerzo por mantener el delicado equilibrio entre la necesidad de corregir distorsiones económicas heredadas y el deseo de demostrar la viabilidad de un gobierno no-peronista. Merece el respaldo internacional. El apoyo del FMI a la Argentina debe suministrarse con flexibilidad y con voluntad constructiva.