Pocas veces ponemos atención en todo lo que significa tener una moneda. El guaraní, creado en 1943, atravesó tres cuartos de siglo sin cambiar de nombre aunque sus billetes fueron aumentando su denominación a impulsos de la inflación. No puede decirse lo mismo de nuestros vecinos sudamericanos, que experimentaron con sus monedas cambiándolas de nombre y quitándoles ceros. Brasil mantuvo el real hasta 1942, año en que decidió reemplazarlo por el cruzeiro, que más tarde abandonó para adoptar el cruzado y finalmente volver al real, dejando seis ceros por el camino. El caso argentino es extremo. En 1881 aparece el peso moneda nacional, que cede paso en 1970 al peso ley, en 1983 al peso argentino, en 1985 al austral para recalar finalmente en 1992 en el peso a secas. En su accidentado itinerario, la moneda argentina había perdido… ¡13 ceros! Ni Chile, la estable y previsible, se salvó de estas aventuras creativas. En 1925 su moneda de curso legal era el peso, con un contenido fijo de oro fino. Diez de esos pesos componían un cóndor, así como en Inglaterra una guinea valía una libra más un chelín y en España, cinco pesetas equivalían a un duro, antes de que se adoptara el euro. En 1960, Chile cambió el peso por el escudo hasta 1975 cuando volvió al peso, restando seis ceros en el proceso.  México tiene su peso desde 1925 pero en 1993 le quitó tres ceros. Una excepción es el peso colombiano que circula desde 1810 y atravesó todos los sismos financieros provocados por la gran depresión, los acuerdos de Bretton Woods, el abandono del patrón oro y la adopción del dólar como moneda mundial.