Por Cristian Nielsen
Fue Richard Nixon quien, en 1972, sorprendió al mundo con su viaje a China y su entrevista con Mao Tse Tung (déjenme usar la grafía vieja). El viejo líder revolucionario -que padecía Parkinson y los efectos de su desenfreno sexual- tuvo con Nixon un solo encuentro y se permitió gastarle una broma: “Esto no va a gustarle a nuestro viejo amigo Chiang Kai Shek” refiriéndose al caudillo taiwanés. Con un duro ejercicio de realpolitik, Nixon aceptaba la doctrina de “una sola China”, que ningún inquilino de la Casa Blanca se animó a poner en reversa. En 1979 y siendo presidente Jimmy Carter, EE.UU. dejó de reconocer a la China Nacionalista para profundizar lazos con Pekín.