Hachiko, de raza akita inu, es una leyenda en Japón. Diariamente esperaba el retorno de su amo ante la puerta de la estación de trenes de Shibuya para acompañarlo a casa. Un día, el profesor Hidesaburo Ueno murió mientras daba su clase de agronomía en la Universidad de Tokio. Hachiko lo esperó toda la tarde, la noche y el día siguiente. Así, durante nueve años. Jamás se movió del lugar, esperando el retorno de su amigo. La gente, conmovida, lo cuidó y lo alimentó. No quería irse de allí. Nunca se iría sin su amo. Y allí murió.
Por eso me dio asco escuchar a un par de “honorablas” autoproclamarse las perritas de no importa quien. A menos que se refieran al significado por extensión de esa palabra, ningún político tiene derecho a vestirse con la pureza de la fidelidad que el perro desarrolla con aquellos a quienes ama y prefiere para compartir su vida.