¿Es el contrabando una consecuencia inevitable de la pobreza y la falta de instrucción, que obliga a las personas a ganarse la vida con actividades marginales? Esta es la excusa que se ha antepuesto, históricamente, a cualquier acción frontal para reducir el comercio fronterizo ilícito. Parte del supuesto que aquellas personas faltas de instrucción, viviendo en la marginalidad, no tienen otra salida que meterse a contrabandear productos de consumo masivo. Esta visión ha consagrado el modelo de “contrabando hormiga”, miles de personas cruzando la frontera trayendo, cada una, diez latas de leche condensada, cinco botellas de aceite, etc. Algo así como cuentapropistas del contrabando. Pero esa concepción ha sido reemplazada por otra más moderna. De contrabandistas por cuenta propia, estas personas, poseedoras de un saber hacer importante en el rubro, son ahora más bien una especie de asociados o asalariados de los grandes holdings del comercio ilegal. Eso explica porqué un camión distribuidor se detiene en un cruce de avenidas o un paseo central importante y de él descargan los productos que lideran la demanda del momento: hoy tomates perita, mañana domisanitarios y pasado aceite comestible y queso rallado. Los CEOs de estas corporaciones del contrabando saben muy bien qué está caro en el super y allí atacan, con productos que ya están marquetineados y muy requeridos.
Editorial
El Estado mira y la mafia factura
El viejo modelo de “contrabando hormiga” ha sido reemplazado por holdings del comercio ilegal que destruye la empresa formal.