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La horrible historia del Paraguay. La guerra sin fin

 
 
 

Cómo un conflicto terrible y poco conocido, continúa afectando a una nación.

La caída del “padre de todos los paraguayos”, fue incluso más rápida que su ascenso. En 2008, Fernando Lugo, un obispo católico y teólogo de la liberación que se llama a sí mismo un defensor de los pobres, ganó las elecciones presidenciales de su país y le quitó del poder al Partido Colorado. Poco después de su inauguración, sin embargo, cuatro mujeres dijeron que él había engendrado a sus hijos durante el período de su voto de celibato. El Sr. Lugo reconoció a dos de ellos. El Partido Liberal, cuyo apoyo le había impulsado a la presidencia, lo repudió. En junio de 2012 el Congreso lo destituyó sumariamente de su cargo, tras ser acusado de mal manejo de un enfrentamiento entre la policía y campesinos sin tierra. 

A los ojos de los líderes izquierdistas de Argentina, Brasil y Uruguay, socios de Paraguay en el bloque comercial Mercosur, el apresurado juicio político fue un golpe de Estado. Suspendieron al país del Mercosur y recomendaron a la Organización de Estados Americanos (OEA) para hacer lo mismo. El 26 de junio Hugo Saguier, embajador de Paraguay ante la OEA, tomó la palabra y criticó: “si quieren conformar otra triple alianza, háganlo”.

Muchos en la sala estaban desconcertados. Pero el representante de Brasil respondió airadamente que el comentario era “innecesario y gratuito”. El Sr. Saguier había invocado una de las más profundas cicatrices en la historia de América Latina: la Guerra de la Triple Alianza, un conflicto entre Paraguay y una coalición de Argentina, Brasil y Uruguay, que comenzó en 1865 (cuando llegaba a su fin la guerra civil estadounidense) y terminó en 1870. “Quería que [el discurso] les doliera”, dijo el Sr. Saguier.

La guerra, conocida en Paraguay como la “Guerra del &70” o la “Guerra Grande” fue una de las peores derrotas militares jamás infligida a un estado moderno. Según Thomas Whigham de la Universidad de Georgia, tanto como el 60% de la población y el 90% de los hombres paraguayos murieron en el combate o, más frecuentemente de enfermedades y de hambre. Otros investigadores sitúan la cifra considerablemente menor, pero aun atrozmente alto. Federico Franco, sucesor del Sr. Lugo, recientemente llamó a la guerra como un “holocausto”. Sin embargo, es poco conocida fuera de la región. Incluso en Paraguay, sus ambigüedades morales han causado que generaciones de líderes la envuelvan en mitos.

Pero la reacción diplomática contra el juicio político ha reavivado el debate sobre este trauma nacional. Después de 142 años Paraguay está lidiando con la mezcla de arrogancia y el heroísmo que lo sumió en la auto-inmolación, una tragedia que todavía define al país.

El Paraguay moderno -plano, mediterráneo, húmedo- es un cero a la izquierda geopolítico. Su influencia extranjera está limitada a dos represas gigantes en sus fronteras, las exportaciones de soja que alimentan el ganado chino; y el bazar sin controles, Ciudad del Este, una ciudad fronteriza donde los vendedores de electrónica barata y ropa operan en público, mientras que los recaudadores de fondos para Hezbollah y traficantes de armas lo hacen en privado.

A mediados del siglo XIX, sin embargo, el Paraguay era una mediana potencia regional. Se inició una industrialización vertiginosa durante la presidencia de Carlos Antonio López, que importó expertos europeos para construir un astillero, una fundición de hierro y uno de los primeros ferrocarriles de América del Sur. También reforzó el ejército para disuadir a los vecinos nerviosos: Argentina consideró el país como una provincia rebelde hasta 1852, mientras que Pedro II, el emperador brasileño, reclamó las tierras que España y Portugal se habían disputado.

En 1862 López murió y fue sucedido por su hijo Francisco Solano. El joven López exigió respeto absoluto: prohibió que la gente le diera la espalda, o que se sentasen mientras él estaba parado. Estaba ansioso por hacerse un nombre por sí mismo como un hombre de Estado. En 1864 vio su oportunidad. Para proteger sus intereses comerciales, Brasil amenazó con intervenir en una guerra civil en Uruguay, un pequeño estado tapón entre ella y Argentina. López temía que esto alteraría el equilibrio de poder regional, y anunció que Paraguay no podía tolerar la presencia de tropas brasileñas en territorio uruguayo.

Pedro le restó importancia e invadió el Uruguay. Poco después, López declaró la guerra a Brasil y atacó a su provincia interior de Mato Grosso. Más tarde se envió una fuerza para Uruguay también. Cuando la Argentina se negó a dejarle marchar las tropas por su territorio, López las envió de todos modos. Una vez que las fuerzas apoyadas por Brasil ganaron la guerra en Uruguay, los tres gobiernos firmaron un pacto secreto. Estuvieron de acuerdo en anexar la mitad del territorio de Paraguay, cobrar las reparaciones y prohibirlo de mantener un ejército; y luchar hasta que López fuera expulsado.

Las probabilidades estaban en contra de Paraguay. La población combinada de los aliados era 25 veces más grande. Paraguay dependía de armamentos de la era Napoleónica; mosquetes, cañones del siglo 17 y barcos de madera. Y por ser un país mediterráneo, no podía importar armamentos modernos. Muchos de sus caballos estaban lisiados por una enfermedad espinal. Los aliados finalmente congregaron fusiles de largo alcance, artillería y buques de guerra acorazados.

Victoria o muerte. Era la muerte

Los invasores paraguayos fueron expulsados de Uruguay y Brasil, y López propuso la paz. Pero el honor de Pedro no le permitió terminar la guerra hasta que su rival fuera derrocado (las tropas brasileñas hicieron la mayor parte de los combates). El honor nuevamente impedía a López renunciar, aunque probablemente ningún otro líder paraguayo con respeto por sí mismo se podría haber entregado en los términos secretos del pacto. Lo que comenzó como una aventura caprichosa se convirtió en una guerra total, y una lucha por la supervivencia de la nación.

Durante tres años los paraguayos, superados en cantidad y armas, lucharon contra sus enemigos a un punto muerto en las marismas del sur del país. Minas de agua y obstáculos en el fuerte de Humaitá bloqueaba el avance de los brasileños por el río. Pero en 1868 las fuertes lluvias elevaron el nivel del agua, y sus barcos llegaron rápidamente a Asunción, la capital. El ejército paraguayo se rindió el año siguiente.

López, sin embargo, no se rendiría. Trasladó su capital desde un pueblo a otro, tomando los archivos estatales enteros en remolque.

Imaginó una vasta conspiración contra él, y encarceló y torturó a miles de sus partidarios más fieles, incluyendo a su propia madre y hermana. Su hermano estuvo entre las 700-800 personas que mandó ejecutar, muchas de ellas por lanza para ahorrar municiones.

Debido a que López había reclutado a todos los hombres del Paraguay, no había mano de obra para trabajar en los campos, y así comenzó la inanición. Muchos de los que subsistían con naranjas amargas silvestres sucumbieron al cólera, la malaria y la disentería. Como tantos hombres murieron, López reclutó un nuevo ejército de soldados heridos y niños. Les armó con palos pintados para parecerse a las armas, disfrazando a los jóvenes con barbas postizas. Los uniformes rojos originales del ejército se habían reducido a harapos, la lluvia se filtraba a través de ponchos hechos de alfombras trituradas. Finalmente, lucharon desnudos. (Hoy, Paraguay celebra el Día del Niño en el aniversario de una batalla en la que 2.000 niños murieron).

López seguía en retirada. En 1870 el ejército brasileño finalmente lo acorraló en Cerro Corá, en el remoto noreste. Su anillo llevaba un lema, “vencer o morir”, que honraba al negar a rendirse. “Muero con mi patria”, proclamó antes de ser fusilado, aunque sus partidarios insisten en que dijo “por mi patria”. Elisa Lynch, su cónyuge irlandesa, lo enterró junto a su hijo.

Mi día llegará

De acuerdo a un censo desprolijo hecho después de la guerra, solo 29.000 varones mayores de 15 años quedaron en Paraguay. Un observador llamó a los supervivientes “esqueletos vivientes… terriblemente mutilados con heridas de bala y sable”. Jaguares vagaban libremente y hacían un festín de carne humana. Las mujeres deambulaban por las calles desnudas.

La guerra acabó con la élite del Paraguay. Después de una ocupación de ocho años el país estaba dirigido por aventureros argentinos y exiliados que habían apoyado a los aliados. Ellos marcaron a López como un carnicero y un tirano, y le quitaron de la historia. Él mismo había previsto qué le pasaría a su reputación. “Se me hundirá bajo el peso de montañas de ignominia”, dijo en la víspera de su muerte. “Pero también llegará mi día, y surgiré de los abismos de la calumnia…para ser lo que necesariamente tendré que ser en las páginas de la historia”.

El tiempo le daría la razón. En la década de 1920 las tensiones estaban aumentando con Bolivia en la región del Chaco. Mucha gente creía erróneamente que tenía una abundancia de petróleo. Ansiosos por agitar el sentimiento nacionalista, el gobierno le nombra a López como un símbolo del espíritu guerrero del país.

Desde 1932 a 1935 los dos países entraron en guerra. Esta vez ganó Paraguay. Los soldados bolivianos indígenas no querían luchar para sus jefes blancos, y no podían entender las señales de radio paraguayas en el idioma guaraní. Los uniformes de lana los dejó deshidratados en el árido Chaco.

Con el orgullo paraguayo restaurado, los restos de López fueron trasladados a un santuario con cúpula en el centro de Asunción. Hoy en día, “el mariscal” es sorprendentemente el ícono del país. Un retrato de él arriba de un semental cuelga en la oficina del presidente en el Palacio de López, que él construyó. Su espada se encuentra exhibida en una vitrina.

Sin embargo, a pesar de esta hagiografía torpe, el Paraguay ha hecho muy poco para contar la verdadera historia de la guerra. Asunción no tiene ningún museo de historia y los campos de batalla principales se han descuidado. Humaitá es ahora un pueblo de pescadores, accesible sólo por un camino de tierra que es a menudo bloqueado por el ganado. El río se mueve unos metros hacia el este cada año, tomando la frontera de Argentina con ella. Hoy amenaza con inundar las ruinas de una iglesia destruida por los invasores. “Lo que no quitaron en la guerra, les da el río”, dice Vicenta Mirando, una maestra de escuela local.

La peor atrocidad de la guerra se produjo en Piribebuy, a 80 km (50 millas) al este de Asunción por carretera. Es ahí donde tropas brasileñas degollaron a todos los que encontraron, y cerraron las puertas de un hospital de sangre lleno de gente antes de prenderle fuego. Un impactante relieve de hormigón, ilustrando el horror, fue construido en el sitio. La ciudad fundó un museo de una sola habitación, la cual incluye un mechón de pelo trenzado removido de la fosa común que está ubicado debajo de su iglesia del siglo 18. En la propia iglesia, sin embargo, no hay ni rastro de la historia enterrada bajo el suelo de baldosas rojas. Parlantes suenan el rock cristiano entre las misas.

Ni siquiera es pasado

La suspensión de Paraguay del Mercosur provocó una oleada de nacionalismo. Asunción está invadida por carteles pregonando la soberanía del país. “No vamos a aceptar la tutela extranjera”, dice el Presidente Franco. “Este es un país pobre pero digno. Es pobre a consecuencia de una guerra injusta”. Él exige que Brasil devuelva el “Cañón Cristiano” de Paraguay, hecho de campanas derretidas de iglesias.

El episodio también ha aumentado la simpatía por López en algunos sectores. “He tenido mi reevaluación del mariscal”, dice Esteban Burt, un abogado. “La Triple Alianza se esforzó para decir que [la destitución] era una vergüenza, que los paraguayos debemos ser castigados. No hemos escuchado ese tipo de lenguaje desde 1870”. El señor Burt cree que los archivos de Brasil durante la guerra, de los cuales los últimos fueron desclasificados este año, revelarán que los aliados habían conspirado para destruir Paraguay años antes de que comenzara la guerra.

Pero la carrera de Lugo destaca otros aspectos del legado de la guerra. Su elección fue celebrada ampliamente, ya que puso fin a 61 años de gobierno ininterrumpido del Partido Colorado, 35 de ellos al mando de Alfredo Stroessner. Fue bajo el mandato de Stroessner que el culto de López llegó a cima. “El énfasis en la gloria, abnegación, modelos autoritarios y los enemigos internos hacían que los stronistas se sintieran muy afines”, dice el Sr. Whigham, el historiador. El gobierno de Stroessner “se legitimó al trazar una línea recta entre el Gran Al y el mariscal”.

Despoblamiento en tiempo de guerra también influyó en las políticas de Stroessner. Los gobiernos de la post-guerra distribuyeron folletos que ofrecían a los inmigrantes un viaje gratis a Paraguay. Una serie de colonias utópicas surgió, incluyendo una “Nueva Australia” y un partidario de la supremacía aria “Nueva Germania “, fundado por la hermana de Friedrich Nietzsche, donde una bandera alemana todavía flamea. En 1931, los descendientes de ese grupo crearon el primer partido nazi fuera de Alemania. (Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Paraguay, simpatizaba abiertamente con Hitler. El director de la policía nacional nombró a su hijo Adolfo Hirohito; cadetes de policía llevaban esvásticas en sus uniformes).

Otro alemán que llegó a Paraguay después de la guerra fue el padre de Stroessner, un bávaro. Stroessner mismo no tenía vínculos directos con los nazis paraguayos, pero compartía muchos de sus instintos: en 1974 fue acusado por la ONU de cometer genocidio contra el pueblo nativo Aché. También albergaba numerosos criminales de guerra nazi, entre ellos Josef Mengele.

Esta tradición autocrática puede haber influido en la actitud desinteresada de Lugo hacia los otros políticos, un factor crucial de su caída. Los liberales, en parte lo abandonaron porque sentían que su apoyo no fue debidamente recompensado en las políticas y los puestos de trabajo. En cambio el señor Lugo había llenado su gabinete con sus aliados izquierdistas. “Con uno se llega, con otro se gobierna,” supuestamente decía.

Pero alienar a los liberales le costó la presidencia, porque la izquierda paraguaya era demasiado débil como para protegerlo. Eso también tiene sus raíces en la guerra. “Nuestra economía nunca superó las carencias que la guerra nos impuso”, dice Jorge Rubiani, arquitecto y autor, “así que nunca hubo una estructura industrial para generar conciencia sobre las clases sociales.” Las tropas brasileñas destruyeron la fundición de Ybycuí, el recurso principal industrial de Paraguay, para que nunca se pudiera volver a utilizar.

El pretexto para la destitución se deriva también del conflicto. Antes de 1865 la mayor parte de la tierra paraguaya era de propiedad estatal. Para pagar las reparaciones, los gobiernos de la post-guerra vendieron grandes parcelas a los terratenientes argentinos. Las subdivisiones generales de Paraguay en los mapas de la década de 1880 se refieren a las posesiones individuales, no a provincias. Esas explotaciones concentradas aún aquejan al país: entre ellos se encuentra el rancho donde la policía disparó contra los ocupantes ilegales de campesinos en junio.

Incluso el primer error del Sr. Lugo, su escándalo de paternidad, podría decirse que se remonta a la guerra. Las relaciones sexuales en Paraguay han sido siempre abiertas: en 1545, un sacerdote español llamaba al país “paraíso de Mahoma” después de ver a sus compatriotas que se acostaban con numerosas mujeres nativas, comportamiento que él asociaba con los musulmanes. A mediados de los años 1800, la mayoría de los hogares paraguayos eran dirigidos por señoras, a menudo descriptas masticando cigarros, llevando la comida en la cabeza y luciendo vestidos blancos de algodón. Se emparejaban con un elenco rotativo de hombres viajeros.

Pero incluso esa tradición no preparó a la sociedad para el caos de la post-guerra. “Los hombres sin pudor”, escribió un diario, “se encontraban incluso en los pasillos de la iglesia y el cementerio, escandalizando atrozmente incluso durante el día para saciar sus pasiones brutales.” Nadie sabe si las relaciones sexuales “en las plazas, calles y lugares de reunión” fueron violación, prostitución o el resultado de los privilegios que gozaban los hombres debido a la proporción desequilibrada de mujeres a hombres. Lugo pudo no darse cuenta hasta qué punto las costumbres sexuales habían cambiado. “Lugo fue la extensión cultural de la idea de que tenemos que poblar el país”, dice Benjamín Fernández Bogado de 5 Días, un periódico. “Tener hijos en grandes cantidades no era un problema. Incluso los sacerdotes podían tener hijos”.

La violencia sexual durante la guerra ha envenenado las actitudes hacia la raza. A su manera, Paraguay es un crisol de razas: el campo está lleno de rubios de ojos azules que hablan con fluidez el guaraní y español entrecortado. Sin embargo, los propagandistas de López trataron de fomentar prejuicios contra el ejército brasileño, que eran en su mayoría negros, ya que Pedro se comprometió a liberar a los esclavos que lucharon. Llamaron al emperador el “jefe de la tribu mono”. El resentimiento persiste. “Los Kambá violaron a nuestras mujeres,” dijo Miguel Ángel del museo Piribebuy, usando la palabra negros en guaraní. La leyenda cuenta que los bebés negros resultantes fueron asesinados.

El país que pudo ser

Tal vez la tragedia final de la guerra, es que es muy poca conocida en el extranjero. El Sr. Fernández Bogado piensa que esto no es ni una coincidencia. “El mundo no es un lugar cómodo para nosotros”, dice sobre la insularidad de su país. “Es una escena de peligro, conspiración y muerte.”

Para los paraguayos, explica, “el éxito es la antesala del peligro.” Cuando el equipo nacional de fútbol mete un gol, “nos pone nerviosos y entramos en pánico.”

El guaraní, todavía hablado por el 80% de la población, representa el tiempo de una manera diferente a las lenguas occidentales. El futuro es incierto: la palabra “mañana” significa “si amanece.” El pasado está divido entre lo que realmente pasó, y lo que iba a pasar pero no llegó a ocurrir. Si renuncias a un seminario, eres un “iba-a-ser-sacerdote,” un compromiso roto produce un “iba-a-ser-esposo.” Esta gramática es “como una mochila que nunca te podés quitar,” dice Alejandra Peña, ex directora nacional de museos.

Los paraguayos siguen muriendo accidentalmente por caídas mientras buscan tesoros supuestamente enterrados por sus antepasados durante la guerra. Tal vez, sólo pueden entender realmente el conflicto en su lengua materna. Ellos saben muy bien los problemas del país en que viven, pero nunca olvidan el que podría haber sido.


© The Economist Newspaper Limited, London (22 de diciembre, 2012)

Artículo original en inglés: http://econ.st/U7h45i

El prestigioso semanario británico cedió los derechos al Diario 5días autorizándole a publicar la traducción de un excelente artículo: “Paraguay’s awful history. The never-ending war”, referente a la actualidad política de Paraguay y su relación con sus países vecinos a partir de un análisis crítico sobre la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y sus consecuencias que llegan a influir hasta inclusive la segunda década del siglo 21.



 

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