Hay dos formas de evaluar la gestión del presidente boliviano Evo Morales. Una, la ideológica. La otra, por resultados. Elegimos la segunda vía y dejamos la primera a quienes gustan ensarzarse en polémicas interminables. Ya lo haremos alguna vez pero por ahora, la dejamos en suspenso.
Bolivia acaba de enviar su primer embarque de carne bovina a China. No es gran cosa: dos contenedores refrigerados con 24 toneladas de carne deshuesada y congelada. Tres frigoríficos santacruceños están habilitados para exportar a ese destino como parte de un cupo que podría alcanzar las 40.000 toneladas anuales. Bolivia tiene un hato bovino de unas 11 millones de cabezas concentradas fundamentalmente en Santa Cruz y el Beni.
El primer envío es el resultado de un acuerdo alcanzado por Morales con el presidente Xi Jinping y protocolizado por los cancilleres de ambos países. A la carne debe agregarse la quinua, de la cual Bolivia es segundo exportador mundial con ventas superiores a los US$ 100 millones. China y México son sus dos principales clientes en un rubro al que Morales le ha dedicado mucha atención.
Trece años atrás, Morales nacionalizó los recursos de hidrocarburos y desde entonces, el Estado recibió unos US$ 37.500 millones en términos de renta que, por capilaridad, llega a departamentos y municipios. Parada sobre grandes reservas de gas natural, Bolivia inició la transformación de su matriz energética que le permitió impulsar la industria y expandir el consumo domiciliario de este combustible. Morales no se sentó a esperar que el destino lo alcanzara. Salió a buscarlo. Y se llevó a 11 millones de bolivianos con él. Muchos le reprochan su adscripción a la izquierda cerril y su búsqueda de perpetuarse en el poder. Pero esa es otra discusión. Por ahora, las cuentas le cierran.