Allí asaron a las brasas lo que pudieron encontrar en el super: salchichas y bistecs. Si lo hubieran hecho en Europa, algún vecino buchón los habría denunciado por agresión ambiental, ecocidio, etc.
Corrijo, eso habría ocurrido el año pasado. Ahora que los rusos les cortaron el gas, los europeos mandaron al freezer su compromiso ambiental y volvieron a la estufa a leña. Es triste pasar frío si hay como combatirlo. Así que lo hacen al estilo de los neandertales, con una fogata de rajas. Pero esta vuelta al neolítico tiene su costo, bastante alto por cierto. La venta de estufas a biomasa se ha disparado en la Unión. Si bien franceses y españoles han desatado una sobredemanda de estos artefactos, nada supera el entusiasmo de los alemanes que casi han cuadruplicado su compra (381%) respecto al año pasado, con los italianos pisándoles los talones (325%). ¿Y los precios? De locos. Una estufa estándar puede costar en Alemania el doble de una TV smart de 65 pulgadas: 2.990 euros, o sea, 21 millones de guaraníes. ¿Y la leña? Se consigue desde 14.000 guaraníes el kilo, así que acopiar rajas para pasar el invierno implica invertir una pequeña fortuna para llenar el leñero.
Pero ¿y el CO2? No hay problema. Los europeos se acordaron de que la quema de leña es parte del ciclo natural del carbono, beneficio que no contemplan los compromisos que insisten en colgarnos a los sudamericanos subdesarrollados, depredadores y contaminadores.