Fue en el Chaco, una de esas tardes en que el sol cae lento y el aire se detiene. El abuelo y su nieto estaban de viaje. La camioneta se detuvo al borde del camino, a la sombra tímida de un algarrobo y cerca de un aislado lago de agua salada. El abuelo bajó con calma. El nieto saltó al polvo seco. Y en eso, una bandada de patos atravesó el cielo en formación.
Columnas
La enseñanza del vuelo de los patos
Si en Paraguay aprendiéramos a volar como los patos —con rotación, con aliento, con apoyo, con propósito compartido— probablemente llegaríamos mucho más lejos.