El tercer periodo de gobierno de Luiz Inácio “Lula” da Silva parece presentar la figura de un presidente brasileño dulcificado en su trato con el Paraguay respecto a intereses comunes de muy alto perfil, entre ellos, Itaipú. Es como si de pronto apareciera en escena un Lula bueno, amigo, formidable, de animus negotiandi (predisposición para negociar amigablemente) con alto respeto al diminuto socio comercial que merece un trato respetuoso.
Pero no tardó en aparecer la otra faceta, siempre presente en la política exterior brasileña. Fue cuando dijo ante una audiencia de seguidores en el teatro Barragueiros de la central hidroeléctrica, que “como hermano mayor de los países de América del Sur, (Brasil) tiene la responsabilidad de fortalecer el crecimiento para que la gente pueda vivir en un continente de paz, de tranquilidad…”. ¿Se entiende, verdad? Irremediablemente, los grandes hacen valer su volumen y su peso aunque no siempre sus argumentos.
Recordemos lo que un ministro argentino espetó muy suelto de cuerpo: “Uruguay es uno de los hermanos menores del Mercosur y Brasil y Argentina tienen la responsabilidad de cuidarlo, como a todo hermano menor”. Pues parece que el Lula bueno abriga el mismo sentimiento sobreprotector de sus congéneres argentinos.