El mundo necesita desesperadamente buenas noticias procedentes de la industria del petroleo. Los efectos derivados de la guerra ruso-ucraniana parecen haberse amortiguado en alguna medida. Pero como todo parece pegado con alfileres, un conflicto sucede al anterior mientras otros ocupan su lugar en la fila. ¿Podremos alguna vez alcanzar una meseta de estabilidad y quedarnos en ella? Dificil, casi imposible. En 1960 el barril de crudo no superaba los US$ 1,50. Eran los días en que EE.UU. imponía su wellfare state, el modelo de sociedad de consumo que se extendió a todo el mundo capitalista. Pero eso se quebró en 1973 cuando el barril saltó a US$ 2,70 de un día para otro y desde allí ya no dejó de subir. Siete años más tarde llegaba a US$ 35 y con el advenimiento del nuevo siglo y milenio, tomó el cohete a Marte y ya no bajó: US$ 37 en 2004, 69 en 2007, 94 en 2008 y tras caer algo al año siguiente, para 2012 ya se había acomodado en 109 el barril. Luego se embarcó en un alocado sube y baja que lo llevó a tocar nuevos records para ubicarse, ayer, a US$ 96 el WTI y US$ 97,7 el Brent, ambos en bajada, al menos, por el momento.
Con el petróleo, los picos de precios y las caídas bruscas son moneda corriente. Para nosotros, importadores absolutos, la única realidad es la que impera al pie de la canilla, es decir, el precio reinante en los mercados spot en donde el producto se paga al contado, sin las posibilidades de los contratos a largo plazo que permiten pelear cotización.