La lógica del Banco Central del Paraguay es inatacable. El aumento de la tasa de política monetaria (TPM) era imprescindible para recoger el exceso de efectivo que el Gobierno debió distribuir a manos llenas durante el periodo más duro de la pandemia y la cuarentena para morigerar los efectos del paro, oxigenar a los actores económicos y tratar de sostener el empleo duramente castigado por el cierre. Para lograr el efecto aspiradora, el BCP elevó la TPM al 7,75% vigente, lo cual volvió altamente atractivos los instrumentos de regulación monetaria, en especial los de 60, 90 y 180 días de plazo.
Pero al otro lado del mostrador, los tomadores de crédito están acusando el impacto. En el sector primario, quienes trabajan con ciclos cortos como el trigo, la soja, el arroz, el maíz y otros cereales, están afrontando un semestre difícil. Arrastran un periodo 21-22 desastroso y están entrando al 22-23 con creciente incertidumbre, principalmente en lo climático, en la provisión de insumos críticos encarecidos por la guerra y un mercado internacional histérico. Si a eso se suma el dinero más caro, las perspectivas son de pronóstico reservado. Una segunda campaña con números en rojo sería virtualmente inmanejable para el sector primario.
Voceros del BCP aseguran que la TPM al 7,75% es el tope y que más de allí no subirá. Pero es la mitad de una buena noticia. La otra mitad es una incógnita, esto es, lo que tardará en contraerse a niveles anteriores al COVID. Debemos esperar que esta fórmula reforzada despliegue su acción terapéutica, la inflación baje a cotas más manejables -8% anualizado 2022- y el déficit fiscal se congele donde está.